En la aparente desunión del mundo hay una profunda interdependencia, donde cada detalle, como una flor o las montañas, forma parte de un único conjunto. Los espejos son parte esencial de este todo. La hoja de oro, como máxima encarnación del metal, actúa como canal por el cual la energía penetra en la obra, llenándola de significado. Este cuadro trata sobre la fragilidad de la realidad, sobre el hecho de que solo vemos un reflejo, mientras la verdad está más allá de lo visible. Se percibe que, en la búsqueda de la autenticidad, solo generamos copias de nosotros mismos.