Una obra de arte como portal a un océano de conciencia, donde las fronterы між observador y observado desaparecen. La pasta texturizada, formando corales y plantas submarinas, crea una realidad tangible, invitando al espectador a sumergirse en las profundidades marinas. Los espejos, escondidos en los pétalos, capturan y reflejan la luz, ampliando el espacio y recordándonos la infinitud de reflejos dentro de nosotros. Las piedras, con su fuerza primigenia, nos arraigan en el momento presente, y la hoja de oro simboliza el resplandor divino que permea toda existencia. El cuadro trata sobre ir más allá de la percepción limitada de uno mismo como cuerpo y mente, como un «yo» separado. Se trata de conocer la verdad, de comprender que somos más que el ego. Somos el mismo espacio a través del cual vemos, oímos y sentimos el mundo. Somos la infinitud encarnada en todo lo que nos rodea. Aquí no hay separación. Arrecifes, plantas, peces — todos son uno en la danza de la vida. Cada detalle es parte del espacio ilimitado, y nosotros, al contemplarlo, nos convertimos en ese espacio.